Vídeos i entrevistes sobre Crónica Crítica
Entrevista a Més 324 el 30 d’octubre de 2020 :
Presentació de Crónica Crítica – Conversa amb Marina Garcés (Consorci de Biblioteques de Barcelona):
https://www.youtube.com/watch?v=NJy_ZmZzj54
Entrevista a la revista Viento Sur:
Respuesta de Josep Casals a Juan Luis Cebrián
El 25 de julio de 2020 el suplemento cultural de El País, Babelia, dedicó una página a mi libro Crónica crítica firmada por J. L. Cebrián. ¿Era una reseña? Más bien parecía un artículo de opinión. Por este motivo (y por las inexactitudes que contenía) decidí romper con mi costumbre de no responder a las críticas y envié una respuesta al director de Babelia; el cual se abstuvo de publicarla, si bien dijo que haría llegar la nota a Cebrián y recordó que la vía para las reclamaciones era la sección de “Cartas al director”. Desestimé esta opción teniendo en cuenta que el diario se arroga el derecho de recortar dichas cartas. Y opté por convertir el asunto en materia de reflexión en mi web.
Cuando escribí Crónica crítica imaginé ya que la reacción de los grandes medios oscilaría entre el silencio y la descalificación. En esta reseña (?) el silencio se abate sobre toda la Primera Parte del libro. Del retrato que hago del periodismo y de la universidad no aparece ni un trazo. Cebrián dice que en el libro “hay frases dignas de figurar en los mejores libelos (que) ayudan felizmente a ventilar la lectura de algo que en ocasiones parece más un diccionario de citas…”Pero no refiere ninguna de esas “frases memorables”. Sólo lamenta que cite “cientos de veces a Robert Musil, Michel Foucault o Walter Benjamín”; a la luz de lo cual me viene a la mente una frase del libro: “existe una manera periodística de pensar que consiste en pensar lo menos posible”. La frase sirve también para cuando se me censura que profundice en el pensamiento de G. Agamben. O para el pasaje en que Cebrián reitera la inercia periodística de considerar “incomprensible” lo que el periodista sencillamente no entiende.
De hecho, el artículo ejemplifica muchos de los rasgos que en el libro se presentan como hábitos comunes en los medios. Por ejemplo, en Crónica crítica se dice que, cuando se reseña un libro, nunca falta una alusión personal, de modo análogo a cómo se colorea la información con toques “de interés humano”. Y también que la imprecisión suele ir unida a la suficiencia en el tono. Pues bien, Cebrián empieza su artículo evocando Afinidades vienesas y Constelación de pasaje, para repetir a continuación una anécdota personal referida a éste último libro (que me dejó agotado, etc.); e inmediatamente presenta Crónica crítica como la tercera entrega de la “trilogía”, cuando basta comparar Constelación y Crónica crítica para ver que ambos libros se sitúan en ámbitos muy diversos. Tal como se dice en el “Prefacio” de Constelación, la última entrega de mi “trilogía europea” se titulará Europa después de la lluvia. Crónica crítica no tiene nada que ver con esa trilogía.
Igualmente significativo es que se menosprecie “la erudición” con el argumento de que todo está ya en Internet. Esto es justamente lo que llamo “tecnolatría”. Yo no tengo nada contra la “revolución tecnológica” (lo contrario, digo, sería como lamentar el tiempo que hace), pero muestro algunos efectos de la superstición tendente a idolatrarla y a ocultar los intereses mercantiles que subyacen a esa visión acrítica. Está muy bien poder recabar información navegando por la red, pero para navegar conviene disponer de brújulas. Y esto es lo que ofrece el conocimiento: unos nexos de coherencia, un marco significante, una direccionalidad…
Este es también el sentido de mi uso de la citación. En la cultura más cuestionadora existe una larga tradición de esta práctica, que por un lado pone en evidencia lo criticado y por otra permite ofrecer una perspectiva alternativa. Muy diferente es el uso de las citas en los medios, donde suelen utilizarse como ornamento compensatorio de la serialidad. En Crónica crítica la experiencia propia ha confluido con lecturas y reflexiones sedimentadas y recogidas en mis dietarios, lo cual ha posibilitado un rastreo de coincidencias entre mi experiencia crítica y el pensamiento de numerosos autores del siglo XX. Hay, pues, un hilo que enlaza los puntos nodales del argumento. Y esa afinidad en el diagnóstico debería haber dado que pensar a los incriminados, pero en este caso más bien ha producido un efecto reactivo.
Entiendo que haya molestado a J. L. Cebrián –juez y parte- que critique el periodismo y la tecnolatría con ejemplos que le pueden resultar cercanos; pero su prepotencia confirma lo que expongo en el libro acerca del llamado mundo de la comunicación, un mundo en el que el pensar y la comunicación efectiva dejan su lugar a (pre)juicios emitidos desde una altura que sienta cátedra desdeñando el esfuerzo por saber.
J. L. Cebrián combina adjetivos ofensivos con pretendidos alardes de precisión, como cuando matiza una alusión a Fernando el Católico como rey de Catalunya y Aragón, pero también aquí olvida mencionar el fondo de mi argumento: la monarquía de los Reyes Católicos estaba lejos de ser un Estado unificado. En cambio, es impreciso cuando sugiere que llamo “tontos” y “traidores” a políticos de diversa extracción. De hecho no aplico a nadie esas dos palabras. Al contrario, critico toda reclusión en comunidades tendentes a anatemizar como “traidores” a quienes no se ajustan permanentemente a los modelos del egotismo de grupo.
Justamente intento combinar esa visión abierta con el rechazo de cualquier forma de opresión, sea en el plano nacional, social o de género. Por ello, agradezco que Cebrián considere que mis reflexiones acerca de la identidad, la soberanía o el estado policial “merecen una meditación”. Esperando esta receptividad he escrito el libro. Que no sólo es un desahogo, aunque quizá lo fue en principio. En él hay una aspiración a compartir argumentos que desatasquen una situación obturada. Sin embargo, no ayuda a esa apertura de espíritu citar frases incompletas y descontextualizadas. La frase que aparece en el artículo referida a “los vértigos” de la “exaltación nacional”, en el libro se enmarca en un doble rechazo del chovinismo y de la desigualdad entre naciones al hilo de ejemplos de Rusia y Ucrania.
Me complace que J. L. Cebrián vea un tono “violeta” en mi libro, mientras que no estoy seguro de que se me pueda atribuir “un corazón de anarquista”. Pero el uso del término “corazón” ya indica que se trata de una apreciación subjetiva; y ese subjetivismo se manifiesta asimismo en la proliferación de epítetos. Tras ellos, de modo inopinado, Cebrián dice que el libro “se redime” por cuanto desentraña la “historia menuda del procés como casi ningún periodista lo ha hecho”. Agradezco tanta benevolencia; pero no deja de resultar contradictorio que primero se asocie el libro a un talante “doctrinal” y luego se diga que, en su Segunda Parte, “cualquiera que sea su sentimiento sobre la cuestión catalana, el lector encontrará interrogantes y respuestas dignas de atención”.
Ciertamente, teniendo en cuenta la disposición del libro a remover las bases de las posiciones cristalizadas, valoro que haya una recepción abierta a planteamientos que no son los habituales en El País; pero no puedo dejar de responder a una lectura que tiende a llevar el agua a su molino. En este sentido, debo decir que mis consideraciones acerca de la “identidad como devenir plural” incluyen la crítica a la idea de soberanía enaltecida por los medios próximos a Cebrián. Y también que esas consideraciones no tienen el carácter “pragmático” que él dice; por el contrario, están vinculadas a concepciones teóricas que su artículo no menciona.
Crónica crítica
Periodismo, universidad, burocracia, política, nación
Contraportada
Un examen de nuestro presente; una disección de la cultura como gran guiñol; una defensa de la política como disyunción e intermediación y una apuesta por la educación y la acción transformadora.
En Crónica crítica Josep Casals somete a examen nuestro presente. Lejos de lo que es moneda corriente –como la crónica periodística–, Casals enhebra una sucesión de fragmentos en los que reflexiona en primera persona y disecciona los patrones de la cultura como gran guiñol. Con rigor y coraje, el autor se expone y se confronta a poderes actuantes en ámbitos cercanos y de los que ha tenido experiencia.
En la primera parte del libro, Casals analiza el connubio entre los media y la política-espectáculo, la afi nidad entre burocracia y tecnolatría, la desvalorización del lenguaje en el marco de la «comunicación», la imposición de pautas empresariales y clientelares en la universidad…; a lo cual enfrenta contramodelos que apuntan a una subjetivación plural, abierta y en devenir. En la segunda parte ahonda en la historia y enumera actos y omisiones que han desembocado en escenarios recursivos, a la vez que atiende al nexo entre libertad e imprevisibilidad y muestra el carácter polisémico de nociones como identidad o soberanía. Toda una sintomatología de crisis aflora en un rosario de «eventos» entre lo premoderno y lo «posmoderno»: las comedias de «negociación», el procés y el juicio (televisado) contra sus dirigentes, la lógica subyacente en la sentencia del Tribunal Supremo… Y también aquí Casals se muestra implacable en el juicio crítico ante las posiciones en liza. Mirando a un horizonte de complejidad, el libro opone a la puerilización y al consenso gregario una defensa de la política como disyunción e intermediación y un ensamblaje de educación y acción transformadora.
«Casals parece instalado en un permanente estado de gracia» (Núria Escur, La Vanguardia).
«Una destreza y perspectiva envidiables» (Leticia Blanco, El Mundo).